«LA MIRADA QUIETA (de Pérez Galdós), Mario Vargas Llosa.

Alfaguara ha publicado el ensayo sobre Galdós <<«La mirada quieta»>>, escrito por Vargas LLosa, que hemos leído ilusionado, por analizar prácticamente toda la producción de Galdós, el autor canario que tanto admiramos, uno de los mejores escritores españoles del siglo XIX, y que a pesar de ser ridiculizado por escritores como Valle-Inclán, Umbral o Juan Benet, escritores que respetamos, debemos añadir que estamos en total desacuerdo con ellos.

Coincidimos con Vargas Llosa al valorar <<«Fortunata y Jacinta«>> de Galdós, junto con <<«La Regenta«>> de Clarín , como las más altas novelas escritas en el siglo XIX, siglo que, inevitablemente, identificaremos con Benito Pérez Galdós por describir esa etapa en sus <<«Episodios Nacionales»>> con apasionado fulgor literario e histórico; una combinación que nos ayudó a comprender a los españoles de su época e interpretar sus acciones, admirables unas y miserables otras tantas, pero con mirada original que siempre agradeceremos.

En este ensayo Vargas Llosa analiza las novelas de Galdós una a una, así como sus obras de teatro, reseñando los Episodios Nacionales con mirada conjunta, y no entra a valorar los artículos de prensa por considerarlos de menor textura, de <<«escaso vuelo«>> que diría él, salvo algunas excepciones, y por ser tan numerosos.

Con respecto a las novelas, Vargas Llosa magnifica sin ningún género de duda <<Torquemada en la hoguera»>>, o <<«Misericordia»>>, que califica de extraordinaria, por reflejar con profundidad esa sociedad empobrecida, salvo una minoría de privilegiados, dibujando con precisión el carácter alegre de los españoles a pesar de los infortunios. Ensalza <<Tormento»>>, <<Tristana«>> y <<«Las desheredadas»>> con la protagonista Isidora ilusionada y cayendo en lo más bajo y que nos arrastra a ese pesimismo histórico; no duda en exaltar a << «El amigo manso»>>, aunque con crítica un tanto desfavorable por el exceso de adjetivos que empobrecen la historia. Será <<«Fortunata y Jacinta«>> la mejor novela, <<«la he leído por tercera vez y me ha atrapado una vez más la historia desde sus primeras frases hasta el final y me ha exigido la misma absorción y entrega que las mejores novelas que he leído«. Si deseamos conocer el Madrid de ese siglo tan conocido para Galdós, con sus plazas y rincones inolvidables, los rostros de los madrileños y la manera de vestir, con habla y jerga de los desfavorecidos por valía para el lenguaje del autor, con trazos y perfiles psicológicos tan abundantes y precisos, las miserias de los ambientes, y la influencia excesiva de la Iglesia, deberíamos volver a leerla, y recordar esos rincones con sus ambientes conferidos de dignidad. Todo un universo galdosiano, espejo de la <<«Comedia humana «>> de Balzac o Dickens, aunque no de igual altura, esto lo aclara muy bien Vargas Llosa, pero sí con estilo personal y perfectamente reconocible. En <<» La mirada Quieta»>> nos deja claro que Galdós nunca entendió al narrador omnisciente de Flaubert, el autor moderno, y esto pesa mucho sobre el escritor peruano que tanta admiración sintió por el autor de <<«Madame Bovary«>> una de sus novelas predilectas. Esta mirada flaubertiana la tendrá siempre presente, y es por esto que a Vargas Llosa le resulte difícil posicionar a Galdós en las esferas más altas, aunque no duda en admirar su compromiso con la literatura, y reconocer las cualidades innegables para la escritura.<<«Es un gran escritor»>>, concluye.

(Aconsejo la lectura del prólogo de <<«Misericordia»>>, en la Editorial Navona, de Antonio Muñoz Molina, que rotula <<«La gran ventana de Galdós«>> como complemento, y con mirada distinta a la de Vargas Llosa, en la que el autor de Úbeda parece transmitir mayor pasión y atracción por Galdós. Piensa Muñoz Molina que en las <<«literaturas hispánica no existe un proyecto narrativo de esa dimensión. La capacidad abarcadora de las novelas de Galdós sólo se mide con la de Balzac, Dickens, Zola, Tolstói«>>).

Las adaptaciones de algunas de sus novelas al teatro le dieron muchas satisfacciones, sobre todo, en lo económico, con abrazo de espectadores incluido; también padeció desencantos evidentes por críticas desfavorables y del público. Sería el Teatro Español y el Teatro de La Comedia los escenarios preferentes para sus representaciones y que tanta alegría le produjeron.

Para Vargas Llosa los <<«Episodios nacionales«>> acusan ese acento romántico de la época, y piensa que el realismo galdosiano aparece más en las novelas. Sobresale sin ningún género de dudas en las descripciones <<«épicas y heroicas«>>, y valora la destreza de las <<«caras, cuerpos y vestidos«>>; pero será en los rostros y en esa mirada introspectiva de la <<« bondad o maldad «>> de los personajes donde descolle con mayor luminosidad. Valora el escritor peruano la <<«objetividad e imparcialidad«>> de los Episodios, a pesar de sus ideas progresistas y liberales; y de todas las historias será <<«el asesinato de Prim«>> y la formación de las guerrillas en la guerra de la Independencia donde encuentre mayor acabado estilístico e histórico.

Dieciocho meses de pandemia le bastaron a Vargas Llosa para leer todas sus novelas, el teatro completo, y las cuarenta y seis novelas históricas que conforman los <<Episodios Nacionales >>, demostrando, una vez más, su arrebatada pasión lectora, y ese carácter exigente de escritor entregado a la literatura; sin embargo, no observamos en este trabajo la sagacidad e inteligencia crítica de otros ensayos. Nos regala <<La mirada Quieta>> sin llegar a la plenitud de <<» La tentación de lo imposible»>> sobre Víctor Hugo, o el descomunal estudio <<García Márquez: Historia de un deicidio«>>, <<«La orgia perpetua»>> de título candente sobre Flaubert, <<«El viaje a la ficción»>> dedicado a Onetti, o el sorprendente análisis sobre el autor argentino <<«Medio siglo con Borges«>>.

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«UN HOMBRE QUE SE PARECÍA A CUNQUEIRO», de José Besteiro.

José Besteiro, el autor de esta biografía de Cunqueiro, tiene lazos familiares con él, además les une el amor por la literatura. Ya de niño supo de la genialidad del autor de Mondoñedo; su admiración viene por lo que le contaron sus vecinos y familiares.

El libro es pasión, admiración, engranaje de vida por el hombre y escritor Cunqueiro; además, debemos decirlo, el autor sabe escribir, y es un gran seductor que nos permite disfrutar e ilusionarnos cada vez que abrimos el retrato del excepcional escritor gallego.

Lo define Besteiro como el <<el último autor del Siglo de Oro español>>, salpicando el ensayo continuamente con adjetivos de alabanza. No he conocido a un autor que eleve a alturas tan elevadas, hasta dos o tres veces por página, la genialidad de su biografiado. Sólo Paul Auster consigue similar frecuencia en su exultante efigie sobre Stephen Crane. Agradecemos a los dos el perfil humano y literario que hacen de estos dos gigantes de la literatura.

El sufrimiento de Cunqueiro por la separación de su mujer Elvira González-Seco Seoane fue lesivo para su salud, sentía apagarse cada día, morir. Pudo salir adelante por tener a los hijos cerca, por jugar a las cartas con su cuñado en Mondoñedo, por las lecturas y por escribir artículos casi a diario bajo seudónimo. Le retiraron el carnet de periodista por conductas inapropiadas. José Besteiro, el autor de esta biografía también se separó, con depresión incluida y un ictus que lo arrastraría al hospital. El ensayo biográfico y de memoria está atravesado por dos espadas de dolor, el dolor que les produce sus separaciones y que los marcaron de por vida; <<«falló en lo principal«>>solía decir el propio Cunqueiro, y que José Besteiro comprende. Aprovecha e intercala el autor de <<«Un hombre que se parecía a Cunqueiro«>>, productor televisivo y natural de Riotorto (Lugo), sus recuerdos personales, además de adornar el libro con citas de libros leídos y reflexiones que amenizan el extraordinario ensayo .

De las muchas similitudes, de los muchos parecidos, entre biógrafo y biografiado, me quedo con este que creo que es nuclear en sus vidas, por saber cómo piensan o cómo se manejan emocionalmente sobre asuntos de fe: los dos estudiaron, a partir de los diez años, en colegios privados, para después alejarse y pisar colegios públicos e ir alimentando en el tiempo, el agnosticismo por parte de Besteiro, y el ateísmo decidido de Cunqueiro. Eran jóvenes. Esto nos vale para conocerlos mejor, pero no podemos olvidar que el protagonista de esta historia es Álvaro Cunqueiro que siempre se consideró católico, excepto ese periodo de nacionalista gallego y convencido antimarxista. Después de esa etapa nacionalista cogió la camiseta azul de falange y como si nada, se paseó por el pueblo y quedó a algunos vecinos sin respiración, ya habitaba en él el genio, este está desde que se nace, además fue lector compulsivo. Nunca estuvo satisfecho de esa etapa.

Nos damos cuenta una vez más, del peso desmedido de las ideologías, como pueblan el corazón de oscuridad y mezquindades que impiden disfrutar del otro por pensar diferente. Leo a José Besteiro en este retrato de Cunqueiro:» Yo también formaba parte de los progres que no había leído a todos estos autores, muchos de ellos falangistas, por prejuicios ideológicos», para después agradecer a Trapiello «Las armas y las letras«, el ensayo que valora a los escritores por la estética, independientemente de las ideas que se tenga. Yo hacía años que aprendí de Umbral que había que leerlos a todos, por brillantes, como él leía a Pemán por unos céntimos que costaba el ABC sin importarle nada su Falange. Por tan poco, aprendió el mecanismo de la escritura, y también subiéndose a la copa de los árboles con un buen libro, sin que nadie le molestase. Pero fue Julio Caro Baroja, a quien tuve la suerte de conocer, me invitó a Itzea, a su casa y a la de don Pío, en contestación a mi carta, el primero que me enseñó el camino de independencia para leer a quien quisiera: <<«puedo sentir simpatía por cualquier postura sincera sea la que sea la base ideológica en que se funda»>>, escribía en <<«Semblanzas e ideales. Maestros y amigos»>>. Sin ellos, no hubiera leído a autores que rayaron en delirios ideológicos, pero de altura creativa inalcanzable. Alejado ya de mi razón y la razón de los otros, no suelo mirar mucho las espinas clavadas de sectarimos. Los nuestros son los mejores, pensamos a menudo, y a poco que profundices, sales huyendo de tanta miseria en los juicios políticos. Las personas lo primero, a mucha distancia de sus idearios, es lo que aprendí de los grandes maestros.

De este libro me interesa todo lo que tenga que ver con el autor de Mondoñedo, sobre todo, que escribió obras maestras: <<«Las crónicas del Sochantre«>>, <<«Las mocedades de Ulises«>>, <<» Un hombre que se parecía Orestes«>>, <<«Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas«>>, <<«Vida y fugas de Fanto Fantani»>>, <<«La cocina cristiana de Occidente«>>. Cuando escribe de cocina la condimenta de poesía, además conoce bien el paisaje gallego y a sus gentes. Para qué saber más si ya sabemos que Cunqueiro es un gran fabulador, un surrealista adelantado, y capaz <<» de mudar la realidad en lo fantástico» que diría Vargas Llosa sobre Borges y que nos vale para el autor gallego. Leer la prosa exquisita y lírica de Cunqueiro cuando lo cita Besteiro es un gozo y ya vas conociéndolo como escritor; como no vas a conocerlo cuando comenta que la venganza de los vencedores no vale absolutamente para nada, «menudos cristianos» escribe a Fernández del Riego. Y lo conocemos aún más sabiendo que visitaba las tabernas de Mondoñedo hasta el punto de generar una prosa de indudable belleza con ese canto a las tascas y cantinas de Galicia: » Los vinos del país van a mejor, se reposan y ranchean, y toman una temperatura humana y grave…el vino más amigo del hombre, entra en ti, y es como si una mano ancha y cordial se posase sobre tu hombro».

Qué podríamos aducir, qué argumentos daríamos a los lectores para hacerles saber sobre la genialidad del gallego: el de Borges, que pidió el Premio Nobel para él; el de Walt Disney que pasó por Galicia para que se fuese con él como jefe de guionistas, y si leen esta magnífica biografía lo podrán comprobar. El gran Umbral que lo consideraba maestro. Y saber que cuando le reitiraron el carnet de periodista y negándole el derecho a escribir, se refugió en Mondoñedo <<«solo, separado y derrotado»>> en 1947; antes le retiraron en 1943 el carnet de Falange. Hasta 1959 estuvo allí, leyendo y escribiendo, con vida de anacoreta. Esa soledad la convocó él por su mundo oscuro de juventud, sobre todo de posguerra, por el estraperlo de aceite o harina de trigo con el mitrado de Samo, Dom Mauro, por esa juventud perdida con gabán amarillo de dandi, por airear unas suspuestas cartas de Quevedo y al pedirle los expertos el original lo pusieron de vuelta y media. Después de esa lecciones magistrales de vida quiso ser poeta. Llegaron a concederle el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Compostela, le concedieron varios premios, y sobre todo, ingresó en la Real Academia Gallega.

Muchos no le perdonaron su juventud falangista, Umbral, sí:<<« Cunqueiro fue falangista, ¿y qué? También Garcilaso fue imperialista«>>, incrustra sabiamente José Besteiro. Su ahijada convivió con Cunqueiro el 23 F, y comenta <<«Me decía que no quería que nuestra juventud fuese como la de nuestros padres, trenzada por una guerra civil…Ahora que pensábamos que ya nada…que ya estaba todo encaminado»>>. Cunqueiro fallecía una semana después, el 28 de febrero de 1981.

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«DIEZ HORAS CON ANTONIO MUÑOZ MOLINA»

<< «La Fábrica«>> ha publicado en la colección «Archivo de creadores» un primer número de entrevista a Muñoz Molina; una conversación del escritor de Úbeda con el periodista y escritor Jesús Ruiz Mantilla, y tenemos que celebrarlo. Muñoz Molina habla de su infancia y juventud en las primeras páginas de la entrevista; de alguna manera viene a dibujarnos sus días de huerto, de escuelas con pizarrines, con padre trabajador y muy exigente con el niño que quería estudiar y no ser hortelano. El maestro aconseja al progenitor que su hijo debería seguir en la escuela, recomendación que acepta poco ilusionado, dando el tiempo la razón, tanto al niño, que deseaba seguir, como al profesor; el padre seguiría reticente muchos años hasta la llegada a la universidad. Pasado un tiempo, ya de joven estudiante, tuvo que ser muy responsable, rellenar la matrícula para seguir con los estudios, y estar pendiente de los plazos de inscripción. Como este, otros muchos ejemplos nos hacen ver a un niño maduro e inteligente, sensible; en la entrevista reconoce que su padre fue muy duro con él <<» por su incapacidad para aceptar que yo quisiera tener otra vida distinta«>>. Ese afán por estudiar desde una edad tan temprana marcaría el futuro del escritor.

El libro de diez horas de conversación entre periodista y escritor es provechoso y debemos agradecerles a la editorial y a los conversadores que nos hayan regalado estos momentos de lúcida visión de vida. El recorrido de Muñoz Molina por su historia de niñez, de época de universidad y como reconocido escritor y padre de familia, nos mantiene despierto y atento desde el principio. Todo lo cuenta con pedagógico encantamiento, y nos cuenta que es apasionado lector de Historia y de Arte, amante del jazz y de la música clásica, convirtiendo la entrevista en luminoso gozo. Nosotros como lectores también nos vamos haciendo preguntas sobre ciertos asuntos como este: le pregunta el periodista, al final de la entrevista <<» ¿La única trascendencia es el recuerdo?»>> Y contesta el escritor de Úbeda : <<¿No hay otra, para mí es el recuerdo. En este sentido soy totalmente inmanente. Sé que la vida humana, el ser humano, se termina cuando se apaga el cerebro. No hay nada más. Pero bueno, está muy bien así, no hace falta más. No creo que haya que pedir más»>>. Esta afirmación, esta seguridad en la contestación, nos produce cierto desconcierto, por no ser Muñoz Molina hombre de rotundidades. Desde luego no está cerca de Unamuno: << Yo no aseguro ni puedo asegurar que hay otra vida; no estoy convencido de que la haya; pero no me cabe en la cabeza que un hombre de veras no sólo se resigne a gozar más que de esta vida, sino que renuncie a la otra, y hasta la rechace>>, ni de Cunqueiro: <<«Soy sorprendentemente creyente: incluso a veces ni yo mismo lo comprendo«>>.

Uno se encuentra con inesperadas sorpresas, como la mirada a Galdós, a quien Muñoz Molina consideraba <<«reaccionario>>, y por esto no le dedicó mucha atención; pero, escuchar las continuas y despiadadas críticas de Umbral hacia el escritor canario, le sirvió de acicate, de revulsivo para poner apasionado interés por el autor de <<Fortunata y Jacinta>>durante el resto de su vida. Me pasó algo parecido con Umbral, también reaccioné con desafecto al escuchar el tono desafiante y despiadado sobre Baroja,<<«escribe como una portera«>>; para mí Don Pío fue mi escritor admirado, el autor de mayor atención desde joven. Más adelante volví a Umbral con asombro y admiración, el columnista capaz del vuelo alto que sentía admiración por Cervantes, pero especialmente por Quevedo, «creador del lenguaje».

La política actual de incomprensible conducta de nuestros líderes políticos, la reflexiones sobre la Guerra Civil, los ambientes universitarios de los setenta, la entrada en la Academia de la Lengua, su estancia en Nueva York, y los cambios que se han producido en los últimos años en nuestro país, recorren la entrevista con frescura y lúcida mirada , con juicio sereno.

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