«UN HOMBRE QUE SE PARECÍA A CUNQUEIRO», de José Besteiro.

José Besteiro, el autor de esta biografía de Cunqueiro, tiene lazos familiares con él, además les une el amor por la literatura. Ya de niño supo de la genialidad del autor de Mondoñedo; su admiración viene por lo que le contaron sus vecinos y familiares.

El libro es pasión, admiración, engranaje de vida por el hombre y escritor Cunqueiro; además, debemos decirlo, el autor sabe escribir, y es un gran seductor que nos permite disfrutar e ilusionarnos cada vez que abrimos el retrato del excepcional escritor gallego.

Lo define Besteiro como el <<el último autor del Siglo de Oro español>>, salpicando el ensayo continuamente con adjetivos de alabanza. No he conocido a un autor que eleve a alturas tan elevadas, hasta dos o tres veces por página, la genialidad de su biografiado. Sólo Paul Auster consigue similar frecuencia en su exultante efigie sobre Stephen Crane. Agradecemos a los dos el perfil humano y literario que hacen de estos dos gigantes de la literatura.

El sufrimiento de Cunqueiro por la separación de su mujer Elvira González-Seco Seoane fue lesivo para su salud, sentía apagarse cada día, morir. Pudo salir adelante por tener a los hijos cerca, por jugar a las cartas con su cuñado en Mondoñedo, por las lecturas y por escribir artículos casi a diario bajo seudónimo. Le retiraron el carnet de periodista por conductas inapropiadas. José Besteiro, el autor de esta biografía también se separó, con depresión incluida y un ictus que lo arrastraría al hospital. El ensayo biográfico y de memoria está atravesado por dos espadas de dolor, el dolor que les produce sus separaciones y que los marcaron de por vida; <<«falló en lo principal«>>solía decir el propio Cunqueiro, y que José Besteiro comprende. Aprovecha e intercala el autor de <<«Un hombre que se parecía a Cunqueiro«>>, productor televisivo y natural de Riotorto (Lugo), sus recuerdos personales, además de adornar el libro con citas de libros leídos y reflexiones que amenizan el extraordinario ensayo .

De las muchas similitudes, de los muchos parecidos, entre biógrafo y biografiado, me quedo con este que creo que es nuclear en sus vidas, por saber cómo piensan o cómo se manejan emocionalmente sobre asuntos de fe: los dos estudiaron, a partir de los diez años, en colegios privados, para después alejarse y pisar colegios públicos e ir alimentando en el tiempo, el agnosticismo por parte de Besteiro, y el ateísmo decidido de Cunqueiro. Eran jóvenes. Esto nos vale para conocerlos mejor, pero no podemos olvidar que el protagonista de esta historia es Álvaro Cunqueiro que siempre se consideró católico, excepto ese periodo de nacionalista gallego y convencido antimarxista. Después de esa etapa nacionalista cogió la camiseta azul de falange y como si nada, se paseó por el pueblo y quedó a algunos vecinos sin respiración, ya habitaba en él el genio, este está desde que se nace, además fue lector compulsivo. Nunca estuvo satisfecho de esa etapa.

Nos damos cuenta una vez más, del peso desmedido de las ideologías, como pueblan el corazón de oscuridad y mezquindades que impiden disfrutar del otro por pensar diferente. Leo a José Besteiro en este retrato de Cunqueiro:» Yo también formaba parte de los progres que no había leído a todos estos autores, muchos de ellos falangistas, por prejuicios ideológicos», para después agradecer a Trapiello «Las armas y las letras«, el ensayo que valora a los escritores por la estética, independientemente de las ideas que se tenga. Yo hacía años que aprendí de Umbral que había que leerlos a todos, por brillantes, como él leía a Pemán por unos céntimos que costaba el ABC sin importarle nada su Falange. Por tan poco, aprendió el mecanismo de la escritura, y también subiéndose a la copa de los árboles con un buen libro, sin que nadie le molestase. Pero fue Julio Caro Baroja, a quien tuve la suerte de conocer, me invitó a Itzea, a su casa y a la de don Pío, en contestación a mi carta, el primero que me enseñó el camino de independencia para leer a quien quisiera: <<«puedo sentir simpatía por cualquier postura sincera sea la que sea la base ideológica en que se funda»>>, escribía en <<«Semblanzas e ideales. Maestros y amigos»>>. Sin ellos, no hubiera leído a autores que rayaron en delirios ideológicos, pero de altura creativa inalcanzable. Alejado ya de mi razón y la razón de los otros, no suelo mirar mucho las espinas clavadas de sectarimos. Los nuestros son los mejores, pensamos a menudo, y a poco que profundices, sales huyendo de tanta miseria en los juicios políticos. Las personas lo primero, a mucha distancia de sus idearios, es lo que aprendí de los grandes maestros.

De este libro me interesa todo lo que tenga que ver con el autor de Mondoñedo, sobre todo, que escribió obras maestras: <<«Las crónicas del Sochantre«>>, <<«Las mocedades de Ulises«>>, <<» Un hombre que se parecía Orestes«>>, <<«Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas«>>, <<«Vida y fugas de Fanto Fantani»>>, <<«La cocina cristiana de Occidente«>>. Cuando escribe de cocina la condimenta de poesía, además conoce bien el paisaje gallego y a sus gentes. Para qué saber más si ya sabemos que Cunqueiro es un gran fabulador, un surrealista adelantado, y capaz <<» de mudar la realidad en lo fantástico» que diría Vargas Llosa sobre Borges y que nos vale para el autor gallego. Leer la prosa exquisita y lírica de Cunqueiro cuando lo cita Besteiro es un gozo y ya vas conociéndolo como escritor; como no vas a conocerlo cuando comenta que la venganza de los vencedores no vale absolutamente para nada, «menudos cristianos» escribe a Fernández del Riego. Y lo conocemos aún más sabiendo que visitaba las tabernas de Mondoñedo hasta el punto de generar una prosa de indudable belleza con ese canto a las tascas y cantinas de Galicia: » Los vinos del país van a mejor, se reposan y ranchean, y toman una temperatura humana y grave…el vino más amigo del hombre, entra en ti, y es como si una mano ancha y cordial se posase sobre tu hombro».

Qué podríamos aducir, qué argumentos daríamos a los lectores para hacerles saber sobre la genialidad del gallego: el de Borges, que pidió el Premio Nobel para él; el de Walt Disney que pasó por Galicia para que se fuese con él como jefe de guionistas, y si leen esta magnífica biografía lo podrán comprobar. El gran Umbral que lo consideraba maestro. Y saber que cuando le reitiraron el carnet de periodista y negándole el derecho a escribir, se refugió en Mondoñedo <<«solo, separado y derrotado»>> en 1947; antes le retiraron en 1943 el carnet de Falange. Hasta 1959 estuvo allí, leyendo y escribiendo, con vida de anacoreta. Esa soledad la convocó él por su mundo oscuro de juventud, sobre todo de posguerra, por el estraperlo de aceite o harina de trigo con el mitrado de Samo, Dom Mauro, por esa juventud perdida con gabán amarillo de dandi, por airear unas suspuestas cartas de Quevedo y al pedirle los expertos el original lo pusieron de vuelta y media. Después de esa lecciones magistrales de vida quiso ser poeta. Llegaron a concederle el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Compostela, le concedieron varios premios, y sobre todo, ingresó en la Real Academia Gallega.

Muchos no le perdonaron su juventud falangista, Umbral, sí:<<« Cunqueiro fue falangista, ¿y qué? También Garcilaso fue imperialista«>>, incrustra sabiamente José Besteiro. Su ahijada convivió con Cunqueiro el 23 F, y comenta <<«Me decía que no quería que nuestra juventud fuese como la de nuestros padres, trenzada por una guerra civil…Ahora que pensábamos que ya nada…que ya estaba todo encaminado»>>. Cunqueiro fallecía una semana después, el 28 de febrero de 1981.

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