«UNA VOCACIÓN DE EDITOR», de Ignacio Echevarría.

Mi interés por el crítico Ignacio Echeverría, autor de este libro, ha ido creciendo con el tiempo al disciplinarme en la lectura de sus reseñas y por las visitas a sus colaboraciones semanales en <<«El Cultural»>>. Mis comienzos con este crítico fueron ciertamente de desencanto por su comentario sobre Zweig al que consideraba excesivo posicionarlo en los altares de los grandes de la literatura. En esa reseña me pareció ver al crítico engolado, a ese intérprete de su medio, que sabe de la importancia de la valentía y el arrojo con críticas punzantes. Pero pude ver por fin que se mueve por parámetros exigentes, de sinceridad, escribiendo lo que siente y por sus razonamientos solventes en ese campo de la crítica literaria.

La biografía mínima y concisa, pero de calado, comienza con rasgos biográficos sobre el editor y amigo Claudio López Lamadrid que terminó trabajando en la editorial de su tío Antonio López Lamadrid después de abandonar alguna que otra carrera empezada, salvo la de Filología, por la que mostró interés en alguna de las asignaturas. Estos abandonos bien le vinieron para consagrarse posteriormente como editor excepcional gracias a <<» su cultura, su inteligencia, su lucidez y su humanidad«>>, valores que destaca su biógrafo.

Tras este pequeño esbozo Echevarría despliega su valía como lector consumado y crítico de altura alabando las virtudes de un de los editores más excepcionales que hemos tenido en nuestro país en los últimos años.

Uno de los asuntos que más he valorado de este acercamiento al editor Claudio López Lamadrid ha sido su apuesta decidida y mirada vanguardista por la tecnología digital. Como excelente prescriptor, persona con capacidades suficientes para convencer a otros de la valía de sus productos, supo ver las potencialidades que le ofrecían esa nueva apuesta digital, como por ejemplo, la posibilidad de acercar a <<«poblaciones pequeñas o alejadas«>> este tipo de tecnología que en la edición de papel resultaban difíciles de atender con precios bajos o asequibles. También advirtió su preocupación por la piratería, pero desde el comienzo de la era digital no dudó en apostar por esa red que llagaría a universalizarse a extremos desconocidos. También tuvo la lucidez por emprender iniciativas como Reservoir Books, edición de vanguardia, con la finalidad de atender a lectores un tanto especiales; por este medio amplió su oferta <<«en la novela negra, la crónica, la narrativa de no ficción y novela gráfica«>> como bien lo explica su biógrafo. Pero si hay algo que merece la pena señalar, al menos para mí, fue el decisivo interés por publicar y atender a los escritores latinoamericanos. Esta propuesta encaja como buen prescriptor al entender que los libros de la misma lengua podían ampliar el círculo de lectores en España y Latinoamérica, con una idea que iría encajando en el tiempo: romper la mirada colonial de nuestro país, y poner en el mismo tablero a las capitales de esos países; una propuesta expansiva y decidida por América Latina, con los inconvenientes y decepciones añadidos.

Tras este recorrido Ignacio Echevarría escribe sobre la autoridad que representa el editor para los autores y que estos asumen por valorar los conocimientos y maestría en el arte de la edición. Otro aspecto que debemos destacar es esa motivación y aspiración máxima del editor Lamadrid y que tiene que ver con la voluntad de <<» trabajar siempre para los autores«>>, aspecto coincidente con Echevarría, aunque éste se incline más por la idea de que deberá ser el autor <<«el que esté al servicio del texto«>>. Exposición de ideas y voluntades que agradecemos como lectores y que nos permiten entender el espíritu y el alma que mueve tanto a editores como a críticos. Se pregunta Echeverría ¿cómo se decanta la vocación de editor?: <<« Lentamente, sobre la marcha…la afición a leer te predispone a hacer trabajos relacionados con los libros, casi siempre precarios, de esos que te llegan poco menos que accidentalmente , y un buen día te vas introduciendo en la órbita del mundo editorial , descubres las perspectivas que te ofrece, y en función de tus talentos, pero también de tu suerte, te orientas en una direción o en otra«>>.

Esta jugosa biografía mínima, intensa y lúcida está alentada por la amistad y el respeto que se procuraron. Ignacio Echevarría es licenciado en Filología Hispánica, crítico y editor, y como su biografiado Claudio López Lamadrid son lectores voraces, que bien vale para definirlos, atendiendo a un único objetivo <<«el cuidado y el gusto por los textos»>>. Lamadrid es además de editor lector de poesía <<«palabra esencial, nuez misma de lo que constituye la literatura«>>, palabras de Ignacio Echevarría que bien nos vale como punto final a la reseña.

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«LA MADRE DE GEORGE», de Stephen Crane.

La novela <<«La madre de George»>>, publicada en 1896, sin buena acogida por atacar la moral, dibuja el barrio bajo de Manhattan conocido como El Bowery, en Nueva York, y las personas sencillas que lo habitan, con aspiraciones sociales pero sin posibilidades de ascenso. Trabajadores con fiambreras, calles poco iluminadas y edificios desvencijados y paredes descascarilladas, con malos olores y la suciedad atrapándolo todo. En uno de esos edificios vive el protagonista George con su madre y su vecina Maggie protagonista de otra novela inolvidable de Stephen Crane:<<«Maggie, una chica de la calle»>, (1893).

George Kelcey trabaja en una tienda sin que sepamos qué productos ofrece, y su madre está obsesionada por ver a su hijo en los oficios religiosos. La novela nos atrae por esa relación y el modo de desenvolverse los vecinos del edificio y los de ese barrio de escombros y pensiones oscuras. Todo va bien hasta ese momento de frustración de George al ver como un engalanado Pete, el famoso barman que también aparece en la novela <<«Maggie, una chica de la calle»>> le pregunta por Maggie. A partir de ese momento todas las ilusiones del joven comerciante se vienen abajo, nada puede hacer ante ese dandi, su mundo parece hundirse y el carácter se agria y casi enloquece: <«Ahora se da cuenta de que el universo lo odiaba»>>. La angustia de la madre de George por el cambio brusco de su hijo, y el deseo persistente por doblegarlo y alejarlo de las copas con los amigos marcará los días y las noches hasta el desenlace final de la historia. Serán esos cambios de humor, los afectos dañados por la convivencia, las conductas persistentes y los deseos contrapuestos los que finalmente arrastren, a madre e hijo, al derrumbe total.

Con mano maestra se cumple lo que Howell, el famoso crítico de la época, escribió con acierto sobre el autor Stephen Crane :<<» Lo maravilloso es la valentía con que trata a las personas enteramente corrientes, y la dignidad, la belleza que les otorga el arte»>>. Por eso estamos aquí. No nos interesa nada lo que ocurre entre una madre y su hijo, y será la manera de contarlo, la poesía que aromatiza los ambientes, lo que finalmente obre el milagro: acercarnos a la casa de los protagonistas y observarlos.

Stephen Crane es para muchos <<«el padre del naturalismo norteamericano«>>. Nació Newark, Nueva Jersey, 1871, y murió en Badenweiler, Alemania, 1900 , por tuberculosis con veintiocho años. Está enterrado en el cementerio de Evergreen (Nueva Jersey). Posiblemente el escritor que mejor supo ver los bajos fondos de Manhattan. Periodista, reportero de guerra, y escritor inolvidable. Autor de <<«La roja insignia del valor»>>, <<Historia de Nueva York»>>, <<El hotel azul»>>, <<«El bote abierto»>> y su libro de poesía <<«Los jinetes negros»>>. <«La llama inmortal de Stephen Crane«>> publicada recientemente es la biografía que mejor retrata al hombre y su mundo de pasiones y de amor por la vida. La capacidad para la crítica de Auster ilumina la biografía.

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«LA LLAMA INMORTAL DE STEPHEN CRANE», de Paul Auster.

Paul Auster es un escritor de tantos recursos literarios, además de exigente, capaz de la paciencia para la documentación y un seductor, que resulta difícil que nos defraude ante cualquier iniciativa literaria que se proponga. Se le ve encantado con el personaje:<«Ciento veinte años después de su muerte, Stephen Crane sigue ardiendo«>>. Un requiebro, una recomendación, una frase que nos arrastra para hacernos saber de la altura literaria de Crane.

<<«La llama inmortal de Stephan Crane«>, este es el título. Todo es llama y luz. Ya sabemos que no nos defraudará. Ha cogido la flor por el pedúnculo y ya atendemos a su hechizo, podemos imaginarnos lo que escribirá y cómo lo hará cuando describa la eclosión, la riqueza del personaje que no conoce la gente de la calle, los lectores normales. Esta es la razón por la que escribe esta biografía, además de fascinación, dos años de trabajo y arrobamiento lector.

Por 1890 ya Stephan Crane caminaba por Nueva York con tan sólo veintidós años con obras maestras a su espalda, y con vestimenta <<«zarrapastrosa>> escribe Auster. Le daba vergüenza salir a la calle. Así los tiempos. Sería por 1893, con la debacle económica de Estados Unidos, gente sin trabajo cuando peor lo pasó. Sin dinero, con aspecto desaliñado, los dedos amarillos por el tabaco, la dentadura descuidada era la imagen que proyectaba con veinte años. Con veinticinco publicaría <<«La roja insignia del valor«>> la novela <<«más imperecedera del siglo XIX«>>, <<«el primer modernista norteamericano»>>, en opinión de Auster.

De familia religiosa, su padre era un clérigo metodista muy querido y de madre que impartía conferencias contra el alcoholismo. Es Stephen el más pequeño de los hermanos, el decimocuarto, algunos de ellos fallecidos y que no llegaría a conocer. Fue un niño mimado aunque también conocería la soledad por la distancia con sus hermanos, abandono que él llevaría con agrado. Con tan solo seis años ya sabía fumar y probado la cerveza, con poco más había escrito una poesía pidiendo encarecidamente un perro, sin este animal su vida no tendría sentido, pero serían los caballos su verdadera pasión, hasta el extremo de llorar con amargura en edad adulta por tener que abandonar un poni de aspecto deplorable y al que nadie quería. Sorprende su amor por los niños y los perros como se puede comprobar en el cuento <<«Un perro de color marrón oscuro«>> que sale disparado por la ventana por un personaje borracho y padre del niño, que lo desprecia.

Es un hombre de espíritu libre, callejero y ya en su juventud corresponsal de guerra. También disfrutó de amistades de reputado prestigio como Joseph Conrad, Henry James o Wells que lo respetaron y admiraron, como críticos de la época, aunque algunos fueron injustos en sus reseñas e incluso de marcado prejuicio que le amargaron la vida . Trabajó para el <<«Journal»>> de Randolph Hearst y para el ‘World’ de Joseph Pulitzer. Entre los veinte y los veinticinco años escribiría lo mejor de su obra. También sabemos que leyó con fruición <<«Guerra y Paz»>>, <<Ana Karerina»>>, el <<«Fausto>> de Goethe y su <<«Teoría de los colores«>>. Dice Auster, que Garland, un crítico que leyó su << Maggie una chica de la calle«>> no fue honesto en su crítica posiblemente por envidia <<«ante el hecho de que aquel delgado y menudo advenedizo, con su caótica formación e incorreciones gramaticales, con su propensión a utilizar mal el infinitivo y sus faltas de ortografía, pudiera darle mil vueltas escribiendo«>>. De toda la biografía, estas palabras de Paul Auster, sobre las carencias gramaticales de Stephen Crane, es una de las que más impresión me han causado cuando lo leí. Talento a raudales y descuidos ortográficos como resumen. . También recuerda Auster que F. Scott Fitzgerald en <<«A este lado del paraíso«>> contenía fallos ortográficos importantes. El sagaz biógrafo nos recuerda la impresión que le causó al director de un magazine literario cuando visitó la habitación de Stephen Crane:<<«Aquí no hay muchas comodidades, ni adornos lujosos ni literatura, ya sea clásica o de publicaciones: nada sino el hombre y su intelecto»>>. Son regalos de las biografías que nos permiten escuchar clases magistrales de literatura por poco dinero. Ya sabemos que los templos sagrados universitarios y académicos, lugar de investigación y estudio que respetamos profundamente y tan necesarios, no son los únicos centros de aprendizaje.

Sin buscarlo Stephen Crane encontró rechazo por actos de indudable arrojo, sinceridad y de denuncia como el caso que presenció al ser detenida una prostituta por la policía sin motivo alguno que le llevó a defenderla en la prensa y en los tribunales. La policía le haría la vida imposible. Otro caso que pudo cambiar el sentido del voto republicano tuvo lugar el 21 de agosto de 1892 cuando Whitelew Reid dueño de <<Tribune>> había abandonado su cargo de embajador en Francia para formar parte de la candidatura republicana. Por varias razones casi todas ellas alimentadas por descuidos del periódico fue Stephen Crane al final quien presenció la manifestación y desfile de las Juventudes de la Orden de Mecánicos Unidos de América, y escribió el artículo de denuncia con inesperado escándalo que pudo cambiar el sentido del voto, cerrándole las puertas de la prensa estadounidense por años. Sabemos que la ciudad de Nueva York le fascinaba, sobre todo, los barrios bajos, las personas desfavorecidas, los que sufren. El gran hispanista y escritor estadounidense William Dean Howells escribió:<<«Lo maravilloso es la valentía con que trata a personas enteramente corrientes, y la dignidad, la belleza que les otorga el arte, la compasión del autor por todo lo que yerra y sufre»>>.

Es evidente que enfrentarse a una biografía extensa con cerca de novecientas páginas, con disfrute, sin altibajos en la lectura, obedece a dos poderosas razones: la primera, al talento desmedido de Paul Auster el autor de Nueva Jersey, y la segunda, por la personalidad e inteligencia, igualmente sobresaliente del joven escritor Stephen Crane, el biografiado. La conjunción de esos gigantescos rasgos creativos y personales te llevan a la admiración y a desear que el tiempo de lectura no desfallezca y el interés vaya creciendo cada día, milagro que sólo unos pocas logran alcanzar. Si Paul Auster estuvo <<«sobrecogido por el genio de un autor joven«>> impresión que ha quedado clara en esta extraordinaria biografía , a mí sólo me queda recomendarla y magnificarla de una manera personal y que suelo hacer del siguiente modo cuando algo me conmueve<<«abandona todo cuanto estés leyendo en este momento y dedícate a la lectura, en este caso, de <<«La llama inmortal de Stephen Crane«>>. Es una obra adornada con reseñas y crítica literaria , biografía, ensayo, historia, y casi diría que es una obra plástica donde se dibujan perfiles y rostros, naturaleza, ciudades, niños y animales, estados de ánimos y tempestades individuales.

De su obra cabe destacar <<«El monstruo»>>, <<«El hotel azul»>>, <<«Historias de Nueva York»>>,<<«Maggie: Una chica de la calle>>, <<«El bote abierto»>>, <<«Tercera violeta»>>,<<«La roja insignia del valor»>> , obra maestra que lo catapultaría a la fama y de guerra civil, y su libros de poesías de estructura rítmica libre <<«Los jinetes negros»>> y <<«La guerra es buena»>>. Escribió <<Esbozos»>> con fecundia y encanto literario, una manera híbrida de ficción y crónica. <<«El chéjov americano«>> para el crítico Robert Wooster Stallman.

Stephen Crane nacido en Nueva Jersey (1871-1900) estudió en dos universidades la de Lafayette en Easton y en la de Syracuse, en esta última se dedicaría más tiempo al beisbol. Murió por tuberculosis en Badenweiler (Alemania) con tan solo 28 años en los brazos de su viuda Cora Tayler, y está enterrado en el cementerio Evergreen (Nueva Jersey). Unos de esos momentos luminosos de su alma lo encontramos en las palabras que dirigió a Cora antes de morir:<<» Me voy de aquí apaciblemente, buscando hacer el bien, firme, resuelto, invulnerable«>>. Para Auster los valores literarios de Stephen Crane está <<«en las imágenes de increíble colorido para describir emociones, sus metáforas inesperadas y símiles, en la naturaleza muy presente y en los personajes desapasionados«>> y en esa exigencia de no juzgar y solo contar, que nos vale para cerrar esta reseña de la monumental biografía.

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